Por Cutto López
El otro día conversaba con una amiga y compañera de trabajo sorda que me hablaba sobre “habilidades o capacidades” útiles para nosotres, Personas en Situación de Discapacidad, para lograr ciertos objetivos dentro de la sociedad civil, mientras yo le decía que prefería hablar de privilegios. Esto provocó un pequeño desencuentro de opiniones. Y para ser franco, su visión me hacía mucho sentido, pero hay una arista que me quedaba pendiente.
¿Existe el privilegio cuando hablamos de discapacidad?
Es una pregunta en la que no es necesario que lleguemos a un acuerdo. Para mí, pararme desde
la vereda del privilegio me ayuda a mantenerme humilde y reconocer que no veo ni nunca
podré ver el panorama completo. Decir que soy una persona privilegiada no es invisibilizar mis
necesidades de ajustes y apoyos, es reconocer que, aunque yo no los necesite, existen barreras
que impiden la participación de otras Personas en Situación de Discapacidad en la sociedad y
que quizá ni siquiera me las puedo imaginar.
Y, seamos honestes, esto no va de la mano necesariamente con mis características personales o, como lo conversamos con mi amiga, “habilidades o capacidades”. Tiene que ver más con mis oportunidades de acceder a esas estrategias, prefiero usar ese término más que los dos anteriores.
Cuando eres autista, muchas veces eres invisibilizado por la sociedad neurotípica, pero también
-y de esto se habla muy poco- por tu misma comunidad. Es lo que se conoce como la interseccionalidad. Pasa en todos los grupos diversos de personas: colectivos, movimientos, comunidades, etc.
No tenemos que concordar siempre en nuestras concepciones de la discapacidad o nomenclatura, pero lo que pasa -y me ha tocado ver- es que existe una especie de jerarquía cuando hablamos de discapacidad.
Existen dos, muy distintas: la primera es donde las discapacidades “no visibles” están un paso más abajo de las discapacidades que si se pueden percibir. Ahí entramos a, lo que yo llamo, la guerra de los padecientes. ¿Quién lo pasa peor o quién ha sufrido más? Y aquí es donde el derecho a sufrir se convierte en un privilegio.
Existe capacitismo en nuestra comunidad, cuando juzgamos a le otre desde nuestra vivencia y hablamos por elles. Donde invisibilizamos las demandas de otre, porque son menos urgentes. Esto especialmente cuando se habla de salud mental. Es un ejercicio peligroso que puede terminar muy mal para algunas personas.
Pero, también pasa al revés con las supremacías dentro de los mismos colectivos: aspergers vs autistas, siendo el ejemplo más cercano que tengo. Existe una visión encontrada de cómo vemos la discapacidad. Donde el privilegio ha jugado un rol fundamental. En este último caso, ¿son les, antiguamente conocides como, “aspergers” otro neurotipo diferente al autista? ¿Su habilidad de camuflar y “pasar por neurotípicos” les hace mejores?
La verdad es que no a ambas preguntas. El camuflaje trae otras consecuencias, más ligadas a la identidad y a nuestra salud mental, pero tratar de empatar estas barreras entre las distintas situaciones que crean la discapacidad, me parece errado. Somos más fuertes en la unión y el dividirnos es una estrategia que no nos pertenece. Es lo que se nos ha enseñado a hacer.
Entonces, ¿es tan complejo terminar con la guerra de los padecientes y comenzar una revolución de los discas?
Yo creo que no.
Mauricio Cutto López
Guionista de Cine & TV
@cuttolopez
❤️