En las primeras sesiones que acudieron G.P, un hombre adulto de 40 años con discapacidad intelectual junto a su madre, para tener respuestas a su curiosidad sobre el placer y sexualidad en general, noté que era un tema que fue muy poco hablado a lo largo de su vida, desde la escuela especial hasta en su propia familia. 

Su vivencia y relato me hizo reflexionar sobre la mochila de sexualidad(es) propias de las familias y equipos profesionales que acompañan e interactúan con las Personas en Situación de Discapacidad (PeSD) y/o Diversidad funcional. 

Partamos preguntándonos: ¿Cómo son las mochilas y actitudes de éstos/as hacia las  personas en situación de discapacidad? ¿Qué nos pasa con sus pudores, intimidad, enamoramiento, relaciones interpersonales, identidad de género, privacidad o las primeras autoexploraciones en casa, escuela especial u hospital? Si acaso éstas serán vistas desde la vergüenza para ser eliminadas o naturalidad para ser conducidas a un espacio de intimidad. 

Dichas miradas, silencios, gestos, tocar o no la puerta, el respeto al cuerpo desnudo es parte de la educación sexual implícita, no podemos dejar de hacerla. El tema es el cómo seguimos impartiendo una educación sexual desde el tabú y los peligros, como el abuso sexual, embarazo o control de conductas “disruptivas” a través de la abstinencia, esterilización forzada o privación de un derecho al acceso a una educación sexual real.

Una educación sexual que permita que todas las personas se conozcan, acepten y vivan su sexualidad desde la infancia hasta la vejez, de forma singular y diversa libre de culpa, miedo y mitos existentes que siguen considerando que las PeSD son asexuadas, ángeles eternos, pueriles, que no saben, que no hablan, no preguntan o que más adelante les responderemos sus dudas. Pero ¿Qué pasa, si ese momento no llega? ¿No lo abordamos? 

Camila Zamora Lagos
Psicóloga – Sexóloga
@sexologiaconsentido