Por Camila Zamora Lagos

En los encuentros de sexualidades y familiares de PeSD , se ha a llegado a consenso que que la familia y específicamente cuidadores/as son el espacio principal y más seguro para que hijos y familiares en situación de discapacidad crezcan de forma segura y aprendan sobre educación sexual, tales como el conocimiento del cuerpo, límites, intimidad, amor, identidad, amistad, secretos buenos y secretos malos. 

Pareciera un escenario ideal pero muchas veces el hablar de sexualidad se reduce a hablar de aprender a decir NO, conocer mis partes íntimas y a la vigilancia (y privación) de otros vínculos, tales como las amistades y relaciones amorosas. Esto debido a que se sigue manteniendo la creencia que la familia es el espacio más seguro y que es afuera donde se encuentran los grandes peligros. No es un secreto para nadie que el abuso sexual se da principalmente al interior de las familias y personas cercanas a ella.

Las cifras del Sename (actual Mejor Niñez) coinciden que solo un 10% de niños/as víctimas de abuso sexual, fueron agredidos por una persona desconocida. No existen datos precisos en el caso de personas en situación de discapacidad en contexto familiar y/o residencias, porque en muchos casos no son denunciados por el mandato inquebrantable de la familia porque el abusador tiene un rol de autoridad en lo económico y emocional.

Tampoco existen datos precisos de abuso sexual en personas en situación de discapacidad intelectual, porque igualmente muchos de los casos no son denunciados, especialmente si el abusador tiene un rol de autoridad o de apoyo (Petersilla, 1998), ya sea dentro del mismo entorno familiar como también algún monitor/profesional de apoyo dentro de escuelas especiales y/o programas residenciales o ambulatorios, que acompañan en el día a día a personas con algún tipo de discapacidad psíquica,intelectual y/o motora. 

Sumado a ello, dicho acompañamiento se continúa bajo el paradigma médico-rehabilitador -paciente-objeto cuidado-no sabe-pasivo-no siente-no desea, en donde se sitúa la experiencia humana como categorías diagnósticas, que deben ser tratadas con fármacos y otras intervenciones capacitistas, los cuales buscan la normalización de aspectos conductuales, sensoriales, emocionales y eróticos que irrumpen y son un desajuste (molesto) más para el entorno que la misma persona.

Es aquí donde, debe construirse un debate colectivo desde y con las personas en situación de discapacidad (y no sobre) con el entorno familiar, salud y comunitario sobre una ESI (Educación Sexual Integral) contextualizada que problematice sobre el estigma, soledad no deseada, el prejuicio y la discriminación hacia las PERSONAS en situación de discapacidad y las sexualidades bajo un enfoque de derechos sexuales y reproductivos, necesarios para garantizar el acceso y disfrute de una calidad de vida y bienestar como ciudadanos y personas sexuadas. Por nombrar algunos ejes temáticos, como el derecho a la intimidad, pudor, placer, relación con iguales, identidad, maternidad/paternidad, placer, promoción del buen trato en los vínculos interpersonales y acceso universal a la ESI.